lunes, 29 de junio de 2009

Juan Carlos Onetti,narrador de la angustia

Aunque Juan Carlos Onetti era un enemigo de los homenajes y celebraciones, no se puede pasar por alto el centenario de este autor, nacido el 1 de julio de 1909 en Montevideo. El escritor uruguayo no ha gozado de una fama tan extendida, como la de otros autores de su generación. Sin embargo, ese detalle no ha desmerecido y peor disminuido la calidad de sus novelas. El mexicano Carlos Fuentes lo considera como el iniciador de la literatura contemporánea latinoamericana, y el peruano Mario Vargas Llosa afirma que “es uno de los grandes escritores de la lengua española”, cuya obra “es una metáfora del gran fracaso de América Latina”.Su estilo sarcástico y burlón, característico de su personalidad, lo trasladó a su producción literaria. Detrás de esa mirada, oculta tras los gruesos cristales de sus lentes, estaba un escrutador de la naturaleza humana y de sus imperfecciones.

Onetti se acercó a la literatura desde la infancia, con lecturas juveniles encerrado en su cuarto. Cuando su madre apagaba la luz usaba una linterna para continuar devorando páginas. Fue lector apasionado de la literatura policiaca, gusto que conservó toda su vida.

Su juventud transcurrió entre Montevideo y Buenos Aires, dos ciudades que siempre estuvieron presentes en su obra de manera metafórica. Dedicado a la actividad periodística escribió en el semanario Marcha de Uruguay y La Nación de Argentina. Trabajó posteriormente como secretario de Redacción en las revistas Vea y lea e Ímpetu, y colaboró en la agencia de noticias Reuters (1941).

En 1939 publicó su primera novela, El pozo, en donde se anticiparon los elementos claves del universo onettiano: la soledad y la incomunicación de los personajes en un ambiente urbano lleno de sordidez.

Su admiración por el género policiaco lo llevó a experimentar con la novela Para esta noche (1943), combinando trama política y criminal, en donde el protagonista Ossorio se encuentra atrapado en una red de intriga y miedo en la que no hay escapatoria.

En estas dos novelas se puede dar con las pistas de su mundo literario y que lo llevarán a convertirse en el escritor de la angustia. Sus criaturas son seres aplastados por el hastío, la rutina y la cotidianidad, que las llevan a tener una vida aburrida y mediocre. Estos personajes son perdedores, resignados en su derrota, que se mueven en sitios sórdidos y fantasmales sin esperanza de redención.

En 1950 escribió La vida breve, novela clave. En esta creó a la ciudad de Santa María. “Ciudad colocada entre un río y una colonia de labradores suizos”, según el personaje Brausen, que en la obra tiene la intención de escribir un guión para un filme, que jamás termina. En la novela aparece también el personaje del médico Díaz Grey, álter ego del propio Onetti. El mundo de Santa María se difumina entre la realidad y lo onírico. En esta el uruguayo realiza ejercicios estilísticos con el lenguaje. Juega con los tiempos, intercalándolos o cambiándolos. Santa María es una metáfora de Montevideo y Buenos Aires, donde el autor arroja sus demonios interiores, guardando una similitud con William Faulkner y su ciudad de ficción Yaknapatawpha, y Gabriel García Márquez con Macondo.

La presencia de este centro urbano ficticio se convertirá en referente obligado de sus obras, en especial de El astillero (1961), en donde el personaje Larsen viaja a la ciudad mítica a trabajar en un astillero que está al borde de la ruina y que su dueño trata de levantar nuevamente, sin éxito. Toda esta acción está inmersa en un ambiente de pesadilla. El astillero es una simbolización metafórica del absurdo; y los vanos intentos por ponerlo a funcionar son la representación de la derrota de América Latina de esa época en concretar sus utopías.

Es el mismo Larsen que vuelve a protagonizar otra de las obras de Onetti, Juntacadáveres (1964). En esta ocasión ejerce el oficio de proxeneta y regresa a Santa María a regentar un prostíbulo de mala muerte y posteriormente se enfrenta con ciertos personajes influyentes de la ciudad. Este hilo argumental no es más que un pretexto para describir con un estilo demoledor la decadencia de una forma de vida, la de Larsen que apenas puede disfrutar de las mieles de su corto triunfo para luego derrumbarse estrepitosamente. Obra maestra, llena de existencialismo y donde Onetti alcanza su madurez como escritor.

La última aparición de la ciudad de sus sueños fue con la crepuscular Cuando ya no importe (1993), donde retoma a varios personajes de sus anteriores novelas como Díaz Grey. Otra vez el absurdo y la derrota son elementos omnipresentes que destruyen intentos de superación de los protagonistas, testamento literario del autor.

Vida personal
Onetti fue un personaje multifacético: novelista, cuentista, periodista, mujeriego, bebedor y fumador empedernido. Desde pequeño sintió esa pasión por la lectura y eso le inspiraría para escribir posteriormente. Dorothea Muhr, su última esposa, (Dolly para el escritor) mencionaría que la literatura para su esposo era “como una transfusión de sangre” que le hacía “revivir”. Se casó cuatro veces.Onetti sufría de una timidez que rayaba en lo enfermizo. Esa misma timidez lo convertía en una persona hosca, enemiga de las entrevistas y homenajes. En muchas ocasiones contestaba con exabruptos. Para él, lo mejor era pasar desapercibido, actitud que le hizo ganar fama de amargado. Sus autores preferidos eran Marcel Proust, Miguel de Cervantes, Ernest Heming-way, Fedor Dostoievski, William Shakespeare, Pablo Neruda, César Vallejo y en especial William Faulkner, sin olvidar las novelas policiacas de las cuales era un ferviente lector.

Dos cosas de las que siempre quiso estar al margen fueron las modas literarias y la política. En la primera, nunca quiso adherirse a ninguna corriente. Su literatura era una reflexión sobre sí mismo, como lo expresaría en una entrevista para la publicación Mañana: “Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio”, una declaración de personalismo para dejar claras las cosas cuando estaba en auge el realismo mágico.

Enemigo del partidismo político, no pudo mantenerse al margen, pues igual que el absurdo que rodeaba a los argumentos de sus novelas, estuvo involucrado en un caso político durante la dictadura de Juan Manuel Bordaberry en Uruguay. En pleno auge de las luchas armadas en América Latina, en febrero de 1974 fue detenido con todos los miembros del jurado de un concurso de cuentos, en el cual el relato ganador fue censurado y considerado subversivo.

Lo paradójico es que Onetti fue el único del jurado que votó en contra del ganador. Tuvo que pasar meses en la cárcel y después de una campaña solidaria de escritores latinoamericanos salió en libertad y abandonó el país en 1975, para jamás regresar. Pasó a instalarse en Madrid en un exilio voluntario. La capital española fue el lugar en que residió hasta su muerte, el 30 de mayo de 1994. Sus últimos años los pasó acostado y encerrado en su habitación, bebiendo, fumando y leyendo cuentos policiacos, típica actitud de sus personajes de ficción.

Ahora, 100 años después de su nacimiento y ante la cantidad de homenajes que se le están realizando, si Onetti viviera y si le preguntaran cómo se siente, quizá respondería con su mal humor característico: “Que me dejen en paz”.

1 comentario:

Di dijo...

Excelente blog amigo!
Escribe sobre el Dogma 95!!